Cómo llegar

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Camino al Encuentro Zapatista

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En el siguiente relato, un agente de CrimethInc. describe una serie de aventuras en el camino hacia el Encuentro Zapatista 2024, un encuentro que celebra treinta años desde el levantamiento que estableció una zona autónoma en Chiapas.

Mañana, seguiremos con más reportajes desde el encuentro mismo.

La pancarta de la foto de arriba da la bienvenida al encuentro zapatista con la leyenda “Tierra de nadie. Tierra de tod@s. Aquí se celebra el 30 aniversario del levantamiento armado contra el olvido, contra la muerte, y contra la destrucción”.


Cómo llegar

“Sería más seguro si fueras con la caravana.”

“Las caravanas siempre se deshacen”.

Tanto si preguntábamos en el centro social anarquista, en los alrededores del barrio autónomo Panchos1 de Ciudad de México, o enviando un correo electrónico a los contactos que aparecen en el sitio web zapatista, siempre recibíamos una -o las dos- de estas respuestas.

Una reunión en territorio rebelde siempre es algo especial, pero este año se cumplían 30 años del debut del EZLN [Ejército Zapatista de Liberación Nacional] en un levantamiento armado contra el TLCAN [Tratado de Libre Comercio de América del Norte de 1994] y, más ampliamente, contra el propio capitalismo.

Mucho ha cambiado para los y las zapatistas desde aquellos días. El carismático subcomandante Marcos se ha alejado tanto de la lente como de la pluma. Aunque siguen defendiendo su autonomía territorial, el aspecto armado de las operaciones militares del EZLN se ha visto eclipsado por la construcción de escuelas, clínicas y una nueva política para su pueblo. En noviembre, para conmoción y consternación de los radicales de todo el mundo, los y las zapatistas anunciaron la disolución de sus municipios autónomos, llevando a muchos a especular que el narco-capitalismo y los paramilitares se han convertido en un obstáculo para el proyecto zapatista tanto como el gobierno mexicano y los megaproyectos neoliberales. Sin embargo, una cosa no ha cambiado: su internacionalismo acogedor hacia aquellas personas que se solidarizan con su lucha para que la tierra sea propiedad común de todos los que la trabajan.

28 de diciembre

El GPS me lleva por las glorietas y bulevares de Ciudad de México hasta lo que me han dicho que es la oficina de la que saldrá la caravana.

Excepto que no es exactamente una oficina. Tampoco es realmente un centro social. Espera, ¡me acuerdo de ti! ¿El Centro de Convergencia? ¿Realmente eres tú? Tiene que serlo: el puesto de bocadillos de la entrada, las mesas de registro para los autobuses, “Camarada, ¿dónde está el baño?”. ¡Sabía que eras tú! Sólo ha pasado un minuto. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Desde Seattle? Praga? ¿Génova? Cancún? ¿J18, A16, J20? Demasiado tiempo, eso seguro.

Y sigues lleno de mochilas. ¡Mira todas esas mochilas! Un extraterrestre recién aterrizado -esto es un Encuentro intergaláctico, después de todo- aquí para registrar su ovni en la caravana podría fácilmente malinterpretar a las zapatistas como un movimiento de mochilas de senderismo de 40 litros que utilizan a los humanos como sus caballos de batalla.

Ah, también recuerdo esta parte: el extraño plan de mi grupo de afinidad no encaja con la estructura de cara al público. No pasa nada. Es hora de hacer lo de siempre: adentrarme en la masa más densa de camaradas que hay alrededor y gritar mi pregunta al vacío: “¿Alguien más va en su propio coche?”.

Grillos.

“…para que podamos… ¿coordinarnos?”.

Miradas incómodas.

Hasta el extraterrestre sabe lo que esto significa: sólo estamos los autobuses turísticos y yo. Como un cachorrito mareado e inconsciente en un desfile de elefantes.

“Entonces, ¿con qué frecuencia pararán los autobuses para repostar?”

“¿Gasolina? Ya hemos repostado. No necesitaremos parar a repostar”.

“Pero, ¿para ir al baño?”

“Hay baños en el autobús…”

El viaje dura 14 horas. La mayor parte por autopista. Necesitaré parar para repostar, y para aliviarme. ¿Perderé la caravana?

“…pero hay una parada de camiones donde nos reagruparemos porque las caravanas siempre se separan. Después de ese punto, la autopista puede ponerse un poco peliaguda, así que lo más seguro sería que fueras con la caravana. Te enviaré el nombre por mensaje de texto. Abren las 24 horas y tienen tamales y café”.

Reúno a mis afinidades y nos vamos. Nunca he pensado que la furgoneta sea rápida, pero entre nuestra ventaja y la pereza con la que los enormes autobuses aprietan el acelerador, me imagino que compensaremos nuestras recargas y paradas de descanso.

29 de diciembre

Aparte de ensuciar la carretera con todo mi guay aditivo LucasOil porque me olvidé de apretar el tornillo del cárter, el primer tramo del viaje transcurre sin incidentes.

Somos cinco personas de cuatro países diferentes, así que hay mucho de qué hablar, ya sea delante con el piloto y el parlante bluetooth o detrás tumbados en la cama. Las historias sobre revueltas que nos han llegado a través de las fronteras nacionales. Secretos, tradiciones y magia de nuestros respectivos territorios. Esta canción, aquella película. Es un viaje por carretera.

También hay silencio. El silencio es bueno para un cigarrillo. Y después de fumar, “Hay otra cosa que no sé si conoces…”


Son las dos de la mañana, hora de la parada de vehículos. Alrededor de la mitad de los autobuses turísticos se detienen justo después de nosotros. La otra mitad están atascados detrás de un accidente a cien kilómetros de distancia, así que esperamos.

Después de un par de horas más, el sol está saliendo y he bebido demasiado café.

Seguimos aquí.

Ellos siguen atascados detrás de ese accidente.

“Las caravanas siempre se caen a pedazos.”

“Creo que deberíamos seguir adelante. Ya es de día, y conozco a alguien con quien podemos dormir en San Cristóbal de las Casas. Quién sabe cuánto tiempo estaremos aquí esperando”, dice un afín que conoce la ruta. Ahora el plan es ir al lugar de registro a las afueras de San Cristobal por nuestra cuenta y esperar a la caravana allí.


En mi teléfono:

“Hola, estoy con los y las observadoras de derechos humanos en Puente Chiapas. Cuando cruces el puente, detente y di qué pasa. Tengo información para ti”.

A la dura luz del día, nuestros charlatanes se han calmado. No es antipático, pero hay muchos más gruñidos. Llevamos ya doce horas de viaje. La falta de conversación se ve compensada por los magníficos humedales tropicales, los ríos y las majestuosas vistas que atravesamos mientras rodeamos las colinas y los valles de Veracruz y Chiapas. Las nubes de niebla se extienden sobre las copas de los árboles como las hamacas de Dios.

¿Llegaremos a una gasolinera antes de quedarnos sin combustible? No ha habido nada más que carretera y selva durante un largo tiempo.

“Oh mierda, mira, es Puente Chiapas.”

“Nooh, ese no es el puente al que se refería tu amigo”, dice el afín que conoce la ruta.

“¿A qué te refieres? Ahí mismo dice Puente Chiapas”.

“Sí, pero hay otro Puente Chiapas, más cerca de Sancris”.

Es fácil convencerme de que renuncie a buscar al equipo de observación de los derechos humanos y deje que mi mirada vuelva a las exuberantes islas en medio del río que cruza el puente. Una hora más tarde, la señal de mi teléfono se activa y recibo un mensaje de una hora antes:

“Tío, acabo de ver tu furgoneta cruzar el puente. ¿Por qué no has parado?”.

Era ese Puente Chiapas. Opa.


Ahora es mediodía. Hemos estado conduciendo durante 16 horas. Originalmente, se suponía que íbamos a llegar hace dos horas, pero en cambio, todavía quedan unas horas antes de llegar a Sancris.

Cuando por fin llegamos, salimos de la furgoneta y nos arrastramos como zombis, cada uno en una dirección distinta: comida, cigarrillos, farmacia. Aprovecho la soledad para echar una siesta en la parte trasera de la furgoneta. Mi teléfono vibra y vuelvo:

“Oye, ¿puedes meter a mis dos amigos de Mexicali? Los autobuses acaban de salir de Puente Chiapas. Los mexicalis saben dónde se reunirán los autobuses en Sancris”.

Es hora de una reunión del grupo de afinidad.

“¿Podemos meter dos más atrás?”

“¿No deberíamos ir a dormir a casa de mi amigo? Llevas una eternidad conduciendo”.

“Compas, yo también sé conducir. Al menos deberíamos ver cuál es el plan de los autobuses, porque a partir de aquí son carreteras pequeñas y rurales y lo más seguro sería que fuéramos con la caravana.”

“Si tú puedes conducir, entonces me parece bien apretujarme atrás con otros dos gamberros. También puedo hacer otro asiento delante con el parlante bluetooth”.

“¡Pero la música!”

“Vale, puedo hacerlo con la caja de bocadillos.”

“¡¡¡Pero los bocadillos!!!”


Recogemos a los pasajeros adicionales y nos dicen dónde aparcar. En cuanto aparcamos, empiezan a llegar los autobuses turísticos. Cientos de mochilas salen trotando sobre sus corceles humanos. Salen las tortillas, los frijoles embolsados, el queso, los aguacates y las naranjas. La gente se reparte tabaco e ibuprofeno junto con los detalles de la severa reunión entre los coordinadores y los conductores.

“Están esperando a que llegue un autobús más”.

“El viaje es de sólo cuatro horas, así que llegaríamos a las 10”.

“No saben si es seguro porque hubo informes de tiroteos entre dos comunidades a ambos lados de la carretera que tomaríamos”.

“Es conducir esta noche o encontrar un lugar para que todos en los autobuses duerman. Son muchas personas”.

“¿Es eso justo para los conductores? Llevan así casi 24 horas”.

En nuestro grupo, llegamos a un consenso. Estamos agotados, pero si los autobuses van, vamos.

Llega el último autobús y nos vamos.

Inmediatamente, en el primer desvío de la carretera que sale de la ciudad, un control militar mexicano fotografía todos los vehículos de la caravana, incluida nuestra monstruosa furgoneta. Esto vuelve a ocurrir dos veces durante la hora siguiente. El sol se está poniendo y, al cumplirse las 24 horas desde nuestra salida, estamos en medio de los autobuses a una velocidad constante de 16 kilómetros por hora. Lento, pero avanzamos.

Atravesamos pequeñas aldeas remotas por carreteras con baches tan grandes como bañeras de hidromasaje. Es un lugar pobre, muy pobre, y trato de imaginarme qué margen de beneficio puede hacer que merezca la pena gastar gasolina, por no hablar del desgaste del vehículo, para transportar productos básicos a estos rincones lejanos y escasamente poblados. Está claro que estas zonas no están atendidas por el capitalismo. Mientras calculo los precios de la gasolina y las ventas de refrescos en pueblos de cien habitantes, me llama la atención un cartel limpio y nítido con globos. Pero no es una fiesta de cumpleaños, sino una reunión del club Herbalife, el sistema piramidal de suplementos alimenticios.

“Ah, sí, esos están por todas partes en México”. Me dice uno de los afines, respondiendo a mi jadeo audible.

Pero esto no es sólo México. Ya hemos pasado por carteles de un caracol zapatista: “Territorio en rebelión contra el gobierno mexicano”. Y Herbalife no es lo mismo que Pokemon, BTS o cualquiera que sea la última moda de consumo capitalista: es un esquema piramidal que convierte a personas explotadas y desesperadas en agentes que extienden la lógica lucrativa de su propia explotación. Por supuesto, hay innumerables males capitalistas que se podrían incluir en esta ecuación. Pero estamos hablando de la yuxtaposición de uno de los ejemplos actuales de lucha anticapitalista más antiguos de la humanidad con un esquema de suplemento industrial que recompensa a quien pueda aprovecharse más eficazmente de los que le rodean reclutándolos para ser vendedores - aquí en la misma tierra que los y las zapatistas luchan por mantener en común y cuya cosecha exuberante, abundante y orgánica sostiene su autonomía del mercado capitalista. Sé de qué lado del conflicto estoy, y mi lealtad no es casual.

A medida que se pierde de vista el contraste entre los edificios de bloques de hormigón a medio terminar y los alegres materiales promocionales de Herbalife, juro mi propia guerra privada a Herbalife. Soy un vándalo y Herbalife es mi Imperio Romano.

Un mural en el que se lee “Es preferible morir con honor que vivir con la vergüenza de que nuestras vidas sean dictadas por un tirano”

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30 de diciembre

Es medianoche. 28 horas desde que salimos de Ciudad de México. Debemos estar cerca, ¿no?

“Teníamos que haber llegado hace dos horas. Que pedo guey.” En voz baja, apenas más fuerte que un susurro.

“Oh bueno, otro punto de control.” Gruño.

Esta vez, los soldados están desprevenidos y se apresuran a sacar las cámaras y detener los autobuses. Deben haber estado durmiendo la siesta.

Los soldados echan un vistazo a nuestra pequeña furgoneta y nos instan a apartarnos de su camino para poder documentar la caravana, que suponen formada únicamente por autobuses. ¿Por qué habría una sola furgoneta en medio de un convoy de autobuses?

Me río a carcajadas. ¡Pues muy bien! ¡Hasta la vista, cariño!

Nos detenemos en la carretera y esperamos a que los autobuses pasen por cualquiera de la mierda a la que están sometiendo los militares.

Después de que los autobuses se detienen y aparcan, es hora de otra reunión.

“Entonces, ¿a qué distancia estamos ahora?”

“Cuatro horas.”

“¡¿Cuatro?! ¿Cómo?”

En mi cabeza me debato entre doblar las cuatro horas hasta ocho o sumar catorce a cuatro, con lo que serían dieciocho, ya que nuestro viaje de supuestamente catorce horas ya ha durado veintiocho. Divido la diferencia y calculo que llevamos trece horas.

“Hay un caracol a las afueras de la ciudad que puede alojarnos. Seguiremos por la mañana”.

“De acuerdo, te seguiremos”.

“Está a sólo 20 minutos.”

Tardamos una hora, pero no pasa nada. Estoy en mi cuarto viento de la euforia de evadir el control militar y estoy totalmente ensillado en el asiento de las curvas del tiempo. ¡Arre!

Al entrar en el Caracol, unos carteles nos informan de que estamos entrando en territorio rebelde desafiando al mal gobierno de México. Murales de guerrilleros enmascarados nos dan la bienvenida, declarando “es preferible morir con honor que vivir con la vergüenza de que tu vida sea dictada por tiranos”. Los residentes entran en acción, sin apenas quitarse el sueño de los ojos, abriendo los baños, los dormitorios y la tienda colectiva conocida como La Semilla del Arco Iris. Uno de nuestros anfitriones nos recomienda la misma plaza de aparcamiento bajo un árbol que yo estaba mirando cuando llegamos. Me gusta aquí.

La tienda colectiva conocida como La Semilla del Arco Iris.


Aparentemente, una tormenta tumultuosa siguió a los eventos mencionados. Todo el mundo habla de ello por la mañana, pero parece que yo me he quedado dormido. En una choza sombría y fangosa, un equipo de mujeres prepara el café más sabroso que he probado en el caldero más grande que he visto nunca. Es gratis.

Salimos con los autobuses y pasamos por encima de cuatro horas más de badenes antes de atravesar filas de soldados zapatistas en posición de firmes a ambos lados de la carretera. Cada soldado lleva botas, pantalones verdes de carga, camisa marrón de manga larga, un pañuelo rojo, un pasamontañas negro y una gorra verde. Esto se prolonga durante al menos un kilómetro, ya sea una impresionante bienvenida o un sofisticado sistema de seguridad para hacer frente a las llegadas no deseadas. En los últimos cientos de metros, estamos rodeados de murales brillantes y coloridos a ambos lados de la carretera, que representan la vida, la historia y los valores zapatistas.

Nos detenemos cerca de la entrada del caracol y aparcamos la furgoneta.

Exhalo. Lo hemos conseguido.


El Encuentro

Lo primero que tenemos que hacer es registrarnos. En la mesa de registro me preguntan de qué colectivo soy. Los y las compas encargadas de la inscripción han oído hablar de CrimethInc; me preguntan si estoy allí para dar cobertura contrainformativa al evento. Lo he pensado, incluso lo he hablado con el colectivo del podcast, pero después de que me dijeran que tendría que asistir a una orientación, las 36 horas de viaje me pasaron factura. “No, está bien”.

A continuación, tenemos que encontrar un lugar para aparcar y descansar. Nos dicen que los internacionales tienen dormitorios en otro caracol, a 20 minutos… “20 minutos”. No he venido hasta aquí para seguir conduciendo. Conseguimos aparcamiento entre los autobuses y el campamento de las familias zapatistas. Durante los días siguientes, soldados con pasamontañas vigilarán mi furgoneta todas las noches. No necesita vigilancia, pero es un gesto generoso. Muchas gracias.

El caracol que acoge el encuentro es relativamente nuevo: sólo tiene tres años. Pero en sólo tres años, los compas han hecho muchos progresos. El caracol tiene diez cocinas -de nuevo, con las ollas más grandes que jamás hayas visto- que se mantienen ocupadas cocinando alubias y arroz sobre fuego de leña. Hay un edificio sanitario autónomo, dormitorios con literas, todas las duchas que se puedan desear y baños. No recuerdo haber hecho cola para ir al baño en ningún momento de todo el encuentro.

El terreno está en la cima de una colina enclavada entre otros picos lacandones. Por la mañana, la niebla se posa en los árboles como algodón de azúcar ensartado entre los dedos. Es verde por todas partes, y por la noche el cielo brilla con estrellas. El centro de las festividades es un campo, aproximadamente del tamaño de cuatro campos de fútbol uno al lado del otro en fila. El campo está rodeado de bancos y cientos de bicicletas nuevas bajo lonas. En un extremo del campo hay canchas de baloncesto y voleibol, y en el otro, un escenario.

Delante del escenario, un memorial en recuerdo de los y las mártires que murieron en la lucha.

Delante del escenario, hay un memorial en recuerdo de los y las mártires que murieron en la lucha. Está adornado con ramas, flores, velas y mensajes. A un lado del escenario hay una zona para los músicos, con un grupo de oradores al estilo jamaicano de los años 70, improvisados por el sonidista más brillante e ingenioso de Chiapas. Durante el día, el campo se llena de teatro, sobre todo obras de moral que advierten sobre la venta de la tierra a los especuladores, el honor de la rebelión contra el mal gobierno mexicano e historias sobre el legado de la resistencia al colonialismo y al capitalismo. No sé si alguna vez he visto teatro representado en un escenario que es tantas veces mayor que el espacio destinado al público. La escala por sí sola da que pensar.

Hacia el atardecer, hay discursos desde el escenario y formaciones militares en el campo. Sin embargo, los soldados no exhiben armas de fuego: cada uno va equipado con dos porras y un machete.

La mayor ceremonia militar tiene lugar el 1 de enero, cuando se cumplen treinta años desde que el EZLN lanzó su primera operación militar, tomando San Cristóbal de las Casas, proclamando la autonomía territorial y declarando la guerra al gobierno mexicano. Después de las ceremonias militares, ¡hay música! Cumbias, rancheras, mariachis. Los soldados bailan toda la noche, un mar de gorras verdes ondulantes.

Sólo vi a un soldado del EZLN levantarse parcialmente el pasamontañas para fumar un cigarrillo. La mayoría fumaba a través de sus máscaras.

A medida que avanza el encuentro, oigo hablar cada vez más maya. Los discursos y las obras de teatro son en español, pero toda la conversación a mi alrededor es en maya. Es evidente que el encuentro del aniversario no es sólo un acto conmemorativo. Puede que las comunidades de caracoles y zapatistas se encuentren en el mismo estado de Chiapas, pero, como me demostró nuestro viaje, están en zonas remotas de las montañas a las que es difícil llegar. El encuentro es una oportunidad excepcional para que los participantes en el proyecto zapatista se reúnan como un todo, para compartir, para encontrarse, para estar en comunión.


Después, alguien me dice que los medios de comunicación mexicanos se centraron en lo pequeño que fue el encuentro en comparación con años anteriores. Tal vez se deba al hecho de haber esperado a publicar la invitación hasta una semana antes de Año Nuevo. Por otra parte, se mire por donde se mire, fue un acontecimiento enorme. Asistieron miles de personas de decenas de países. Preocupantes especulaciones rodean los recientes comunicados zapatistas sobre su reorganización cívico-política. No puedo arrojar luz sobre lo que traerá este proceso -prometí que mis conversaciones en Chiapas se quedarían en Chiapas.

Pero puedo decirles esto: el proyecto zapatista está lejos de terminar, y un nuevo año acaba de comenzar.

  1. Los Panchos (Frente Popular Francisco Villa (Pancho Villa), FPFV) son una especie de corolario urbano de los zapatistas. Bautizados con el nombre del otro famoso revolucionario mexicano, los Panchos también lanzaron su proyecto en 1994, apoderándose de tierras en las afueras de Ciudad de México y estableciendo una autonomía territorial en la que se excluye a la policía, la economía colectiva constituye una parte importante de la vida y la gente practica la política horizontal. Aunque no son anarquistas, han mostrado su solidaridad con los anarquistas en episodios álgidos de lucha, como el asedio a Atenco en 2006. Para más información sobre Los Panchos en inglés, puedes empezar aquí